Los coches eléctricos también envejecen: esta es la otra 'obsolescencia programada' de la que no se habla habitualmente

Los coches eléctricos también envejecen: esta es la otra 'obsolescencia programada' de la que no se habla habitualmente

Bajo el prisma de grandes ventajas que ofrecen los vehículos eléctricos tanto para el conductor como para el medio ambiente, asoma una cuestión inquietante: ¿cuánto duran realmente los coches eléctricos? Uno de los aspectos más debatidos es la duración de sus baterías, y también uno de los que más ideas erróneas ha generado, como pensar que se degradan con rapidez y deben cambiarse tras pocos años de uso.
No obstante, la información recogida hasta ahora apunta en la dirección contraria: las baterías están mostrando una resistencia mayor de la que se creía inicialmente. A medida que aumentan los datos disponibles, esta tendencia se consolida. Pero, ¿cuál es realmente la vida útil de las baterías en estos vehículos? Un estudio basado en más de 10.000 unidades aporta una respuesta contundente.
Según un estudio reciente de la consultora Geotab, las baterías actuales pierden una media de solo un 1,8% de capacidad anual, frente al 2,3% estimado en 2019. Esto implica que muchos modelos podrían no necesitar un reemplazo de batería en toda su vida útil, ya que superan ampliamente los 15 años sin perder rendimiento significativo. De hecho, las investigaciones de la Universidad de Stanford sugieren que en conducción real las baterías pueden durar hasta un 40% más de lo previsto, es decir, soportar más kilómetros de lo esperado sin degradarse drásticamente.
La paradoja aparece cuando se observa cómo muchas personas venden sus coches eléctricos tras apenas 3 o 4 años de uso, no por defectos, sino por la presión del mercado: nuevos modelos más eficientes, mayor autonomía o prestaciones que invitan al cambio inmediato. Aunque estos coches podrían alcanzar entre 150.000 y 200.000 km o vivir hasta 8 años reales, se sustituyen antes simplemente por moda o novedad.
No se trata, estrictamente, de una obsolescencia programada en cuanto a fallo: los componentes esenciales, como las baterías, están diseñados para durar. Sin embargo, el propio modelo de negocio, impulsado por lanzamientos frecuentes y mejoras incrementales, genera un efecto equivalente: se alienta al consumidor a renovar antes de tiempo, aunque el coche siga siendo útil. Esto dispara la producción y, por ende, la extracción de minerales críticos como litio o cobalto.
La extracción de esos metales supone un coste ecológico elevado: el vehículo eléctrico necesita hasta seis veces más minerales que uno de combustión, según la Agencia Internacional de Energía. Si los coches se retiran prematuramente, se multiplica la demanda de recursos y se aumenta la huella de carbono desde el inicio. Aunque su uso genera menos emisiones que un coche térmico, su fabricación, en especial de la batería, puede suponer un mayor impacto ambiental hasta que se ha amortizado su kilometraje operativo.
El planteamiento alternativo es prolongar la vida útil, no solo del coche, sino de su batería. En Reino Unido, datos del Ministerio de Transporte y universidades han analizado millones de vehículos: los eléctricos muestran una vida media de 18 años y medio y pueden superar los 200.000 km, con menos fallos que los térmicos.
Programas de reciclaje avanzados, como los de Altilium (Reino Unido) o Redwood Materials (EE.UU), permiten recuperar hasta el 40% de los metales de las baterías descartadas, reduciendo la necesidad de nueva extracción y cerrando ciclos de producción.
La obsolescencia encubierta que ‘exige’ promover el cambio sin que exista fallo técnico, genera dos tipos de residuos: el coche completo que deja de usarse y la batería que aún tiene vida pero queda marginada. Si la Unión Europea no regula pronto estas prácticas, podríamos estar multiplicando residuos electrónicos innecesarios y acelerando la deforestación en regiones críticas.
Un informe alerta de que podríamos perder 118.000 hectáreas de bosque hasta 2050 por la producción de baterías que soportan renovaciones prematuras.
En este escenario, los coches eléctricos prometen un cambio energético, pero su impacto positivo depende de dos elementos fundamentales: la durabilidad real de sus componentes (especialmente la batería) y el tiempo que permanezcan en uso antes de ser reemplazados.
Evitar la renovación prematura es crucial. Así no solo amortizamos el coste energético y ambiental de su fabricación, sino que también fomentamos una cultura de movilidad sostenible que respeta tanto al planeta como al bolsillo del usuario.
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