Un equipo de Chromonova Engineering ha logrado lo que parecía imposible: fabricar un motor eléctrico microscópico que apenas se distingue a simple vista. Inspirado en el reto que Richard Feynman lanzó en 1959 (“un motor que quepa en la cabeza de un alfiler”), este prototipo es “del tamaño de un grano de arena” y posee un volumen de sólo 0,4 milésimas de milímetro cúbico, con un grosor comparable al de un cabello humano.
Está compuesto por un rotor magnetizado, cuatro bobinas (electroimanes) alrededor, una base y un pequeño circuito de control, todo ensamblado manualmente bajo un microscopio de alta precisión.
El ensamblaje fue extremadamente delicado: cualquier vibración o roce, incluso la respiración del operario podía desestabilizar las piezas; por eso el rotor se colocó cuidadosamente sobre una fina película de aceite entre dos láminas de vidrio para reducir la fricción. A pesar de su extrema fragilidad (varios rotores se perdieron durante la construcción) el prototipo funcionó: al activar las bobinas se generó un campo magnético que hizo girar el rotor (gracias a la interacción electromagnética), aunque por ahora sólo logra movimientos mínimos y oscilatorios.
En suma, aunque no gira como un motor convencional de tamaño mayor, sí responde a la activación eléctrica, demostrando que el diseño es funcional desde el punto de vista magnético.
El volumen es de aproximadamente 0,0004 mm³ y su grosor de unos 90 μm (diámetro de un cabello). Se considera “invisible” a simple vista. Está compuesto por un rotor magnético (minúsculo cilindro o disco), cuatro bobinas de hilo ultrafino enrolladas a mano, base de soporte y circuito de control. Todo está fabricado con aleaciones y metales ferromagnéticos comunes (por ejemplo, AlNiCo para imanes) y soldaduras microscópicas.
El principio físico de funcionamiento es del de un motor eléctrico de tipo brushless a microescala. Al circular corriente eléctrica por las bobinas, éstas crean campos magnéticos oscilantes que hacen reaccionar al rotor magnetizado (fuerza de Lorentz). De este modo el rotor “flota” sobre la base (gracias al aceite) y puede comenzar a girar cuando se aplican pulsos de corriente secuenciados. Dada la escala, el control es muy rudimentario (una simple activación secuencial de bobinas) y aún no alcanza una rotación sostenida como un motor común.
En otras palabras, su funcionamiento se basa en el electromagnetismo (corrientes y campos magnéticos). No emplea piezoelectricidad en este modelo, a diferencia de otros micromotores que usan vibraciones ultrasónicas. El reto no está en un nuevo efecto físico, sino en aplicar las leyes convencionales de la magnetodinámica a escalas imposibles con herramientas tradicionales.
En resumen, los ingenieros de Chromonova han construido artesanalmente un motor brushless en microfabricación, replicando con paciencia extrema el trabajo pionero de 1960. En la imagen del proceso se aprecia un taladro manual actuando sobre una pieza del tamaño de la punta de un palillo.
Cada tecnología responde a necesidades distintas. Por ejemplo, Orbray (Japón) ha desarrollado motores sin escobillas de 0,6 mm de diámetro, los más pequeños del mundo para dispositivos médicos y ópticos. En contraste, los nanomotores experimentales (por ejemplo, el desarrollado en la U. de Texas) miden menos de 1 μm y pueden girar a decenas de miles de rpm; éstos suelen ensamblarse con campos eléctricos y se emplean para mezclar o dispensar fármacos a nivel celular.
Los motores iónicos, por su parte, no giran un eje: aceleran iones con potentes campos eléctricos para generar empuje en el espacio. En resumen, el prototipo de Chromonova es único en su enfoque: no utiliza nuevas leyes físicas, pero alcanza escalas mucho más pequeñas que los micromotores industriales existentes.
Aunque este motor diminuto aún no es un producto comercial, sus implicaciones apuntan a campos como:
En suma, las aplicaciones van desde nanomedicina (cirugía, liberación de fármacos) hasta robótica de precisión, pasando por sensores inteligentes. Cada avance en miniaturización abre campo a nuevas posibilidades antes solo teóricas.
Por el momento este motor invisible es una prueba de concepto. El equipo ya planea una versión 2.0 más robusta, con materiales y mecanismos mejorados para resistir el ensamblaje y garantizar funcionamiento fiable. Sin embargo, hay retos gigantescos para la comercialización: producir en serie estos motores requeriría ingeniería asistida por microrobots o litografía avanzada, ya que la fabricación manual no escala. Además deben superarse la fricción a nanoescala, la disipación de calor y la estandarización de componentes ultrapequeños.
A largo plazo, esta hazaña empuja los límites de la ingeniería. Como reconocen sus autores, es “una reivindicación de un reto lanzado hace 65 años” que demuestra el potencial de la ingeniería de precisión.
Si logran perfeccionar el diseño, podrían sentar las bases de una nueva generación de nanomáquinas. La miniaturización extrema (seguida por soluciones de montaje automatizado) es una tendencia creciente: ya existen motores brushless de 0,6 mm, y nanomotores autónomos a base de ADN han sido desarrollados en laboratorio. El «motor invisible» de Chromonova indica que quizá, en un futuro no lejano, veamos micromotores en nuestro día a día – desde robots médicos que viajen por la sangre hasta sensores móviles en nuestra ropa – abriendo un vasto campo de innovación tecnológica.
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Este motor diminuto nunca moverá un coche eléctrico, pero su diámetro, el de un cabello, es un avance espectacular para otras aplicaciones
