Las rotondas nacieron mucho antes de que el automóvil dominara las carreteras. Su antecedente más claro se encuentra en las grandes plazas circulares del urbanismo clásico europeo, concebidas en los siglos XVIII y XIX como espacios de distribución del tráfico de carruajes y de representación monumental. París, Viena o Londres integraron estas intersecciones circulares en sus planes urbanos sin una función vial estricta, sino como nodos de organización del espacio.
Con la llegada del coche a principios del siglo XX, esas plazas comenzaron a asumir un papel más práctico, aunque durante décadas su funcionamiento fue caótico. La ausencia de reglas claras de prioridad provocaba colisiones frecuentes, lo que llevó a muchos países a cuestionar su utilidad como solución al tráfico moderno.
El punto de inflexión llegó en la década de 1960, cuando el Reino Unido estableció de forma definitiva la prioridad de paso para los vehículos que ya circulan dentro de la rotonda. Este principio sencillo marcó el nacimiento de la glorieta moderna y transformó su percepción como herramienta de seguridad vial.
A partir de ahí, las rotondas se extendieron por Europa y, más tarde, por el resto del mundo. En España, su implantación se intensificó desde los años noventa, apoyada por estudios que demostraban una reducción significativa de la gravedad de los accidentes frente a los cruces semaforizados.
Estas Navidades, la Guardia Civil y la Dirección General de Tráfico (DGT) ponen el foco sobre la circulación en estas rotondas: maniobras incorrectas, como acceder sin ceder, salir desde un carril interior o circular a velocidad inadecuada, pueden ser calificadas como conducción temeraria y suponer sanciones de hasta 500 euros y la retirada de 6 puntos del carné. El aviso persigue reducir un problema frecuente que provoca atascos, frenazos y accidentes en intersecciones urbanas y periurbanas.
La normativa y la interpretación administrativa distinguen entre infracciones por incumplimiento del Reglamento General de Circulación (artículo 74), con multas de 200 euros y pérdida de puntos en determinados supuestos, y conductas que, por su riesgo objetivo, se elevan a la categoría de conducción temeraria, con sanciones mayores. La combinación de maniobras peligrosas, exceso de velocidad y riesgo para terceros puede llevar a la sanción más grave.
No ceder el paso al incorporarse, cambios de carril sin señalizar y abandonar la rotonda desde un carril interior sin haber ocupado previamente el exterior son las maniobras incorrectas más habituales. Además, circular a una velocidad inapropiada en la aproximación o dentro de la glorieta multiplica el peligro. La instrucción oficial insiste en que, salvo señalización específica que indique lo contrario (por ejemplo en turborrotondas), tienen prioridad los vehículos que ya circulan dentro de la glorieta. Respetar ese principio evita la mayoría de los conflictos.
Fuentes de la Guardia Civil y de la DGT subrayan que este tipo de infracciones no solo generan sanciones económicas o de puntos: su coste real se materializa en siniestros con víctimas. Por ello, la comunicación institucional combina la prevención con la firmeza en las sanciones. Educar al conductor para que adopte prácticas seguras y, cuando no se cumpla, aplicar la ley.
Las administraciones recuerdan que la imposición de multas no es el objetivo final, sino un instrumento para promover conductas seguras. En la práctica, la calificación de la infracción depende de la gravedad y del riesgo creado: una falta de prioridad aislada suele conllevar una sanción menos severa que una maniobra que, por velocidad o por la forma de ejecutarla, pueda poner en peligro a otros usuarios. Los agentes, durante las campañas de control, evalúan esos matices para determinar si procede la denuncia administrativa o, en casos extremos, la apertura de vías penales por delito contra la seguridad vial.
**REDACCIÓN FV MEDIOS**

